Continuamos con la publicación de las distintas secciones de la revista RITMO disponibles hasta ahora solo en papel, continuando con “Las Musas”, donde las mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de noviembre de 2019 por Teresa Cascudo.
María Dolores Malumbres, una inteligencia musical superlativa
Para comprender y valorar la trayectoria de la compositora riojana María Dolores Malumbres (Alfaro, 1931; Logroño, 2019) hay que tener en cuenta que, hasta fecha muy reciente, a casi nadie se le hubiera ocurrido pensar que de una mujer se pudiera decir que tenía, o que fuera a tener en el futuro si era estudiante, una “carrera” como compositora. En lo que se refiere a los compositores varones que forman parte del canon musical occidental, se suele dar por asumido que, una vez superadas las dificultades propias del principio de cualquier carrera profesional, a lo largo de su “evolución”, fueron imponiendo su genio artístico a quienes Schumann calificaba como “filisteos”. Nos resulta, sin embargo, difícil, si no imposible, acordarnos de nombres de compositoras cuya actividad musical, a lo largo de la historia, se pueda encuadrar en este esquema.
El punto de vista que acabo de sintetizar, de forma un tanto simplista, es para mí relevante a la hora de escribir sobre una figura como Malumbres, pero tengo que admitir que me parece que, para ella, no tenía ninguna importancia. Para María Dolores, lo realmente importante era la música. Fue capaz de ser compositora y también de intervenir y transformar musicalmente su entorno. Supo conectar con todas y cada una de las personas que tuvieron la suerte de recibir sus enseñanzas. Les transmitió (y, en este punto, tengo la suerte de poder escribir en primera persona) un amor indestructible por la música que se fundamentaba en la curiosidad y en el estudio atento y sistemático de partituras de todas las épocas.
Es probable que la equilibrada combinación de pasión e intelecto que marcó su relación con el arte sonoro tenga algo que ver con la manera como sus principales maestros la guiaron en su estudio. Primero, se inició en la música en el entorno familiar, a través de su madre y, sobre todo, de su padre, violinista con una buena formación adquirida en el Madrid de entreguerras. Después, apareció en la vida de María Dolores la figura tutelar de Fernando Remacha, amigo de juventud de su padre.
Deberíamos considerar al compositor navarro, a veces injustamente olvidado, una figura de referencia para la historia de la composición musical en España. Su trayectoria no siguió el patrón descrito más arriba: como consecuencia de la Guerra Civil, se convirtió en uno de los muchos exiliados interiores a quienes se les hurtó la posibilidad de acceder a las instituciones, musicales en este caso, de las que depende la celebridad artística. Instalado en Tudela, donde regentaba una ferretería, fue esa circunstancia la que facilitó que asumiera la responsabilidad de supervisar la formación de María Dolores, cuyo talento musical fue para él algo evidente desde su primer encuentro. Resulta fascinante situar en la ribera riojano-navarra, en los años 40 y 50 del siglo XX, a dos personas, un ferretero que había formado parte de la élite musical europea de los años 20 y 30 y una jovencita educada por las carmelitas, separados por una diferencia de edad de más de tres décadas, trabajando arduamente los manuales de Hindemith y Schoenberg y analizando música de, entre otros muchos y principalmente, Bach. Remacha también le guio en sus primeros pasos en la composición: le transmitió su saber cómo los buenos artesanos.
Más adelante, en los años 80, cuando entendió que sus responsabilidades como madre y esposa ya no eran un impedimento e indiferente a los prejuicios acerca de lo que se supone que es apropiado hacer a cada edad, Malumbres retomó su formación. Empezó a asistir de forma regular a cursos de especialización en técnicas de composición contemporáneas. Bernaola fue uno de sus profesores más importantes. También asistió a cursos impartidos por otros maestros, incluyendo figuras internacionales como Nono o Ligeti. Esta experiencia se reflejó en las cuarenta y cinco obras que constituyen el catálogo de Malumbres, que fue organizado en 2009 por su discípulo, el guitarrista Carlos Blanco Ruiz.
La parte del legado que nos dejó como compositora revela la forma sistemática de como desarrolló un lenguaje inspirado en técnicas dodecafónicas y serialistas y que, en cada pieza, aborda y desarrolla un desafío concreto o una selección determinada de elementos, principalmente de carácter intervalar. La otra parte del legado musical de María Dolores es el que, hoy en día, después de su triste fallecimiento ocurrido hace apenas unos meses, actualizan a diario quienes estudiaron con ella. Seleccionar es siempre injusto, pero, a pesar de ello, entre sus estudiantes, mencionaré al guitarrista Pablo Sáenz Villegas y al compositor Jorge García del Valle. La trayectoria de ambos tiene una dimensión internacional y, precisamente por eso, ilustra bien la solidez del magisterio de María Dolores.
Teresa Cascudo: Profesora Titular del Área de Música de la Universidad de La Rioja. Su ámbito de investigación se centra en las relaciones entre nacionalismo y música y en la crítica musical. Preside el grupo de trabajo “Música y Prensa” de la Sociedad Española de Musicología.