Música clásica desde 1929

OPINIÓN #LasMusas / Ina Boyle: un legado en la oscuridad - por Sakira Ventura

04/08/2022

Continuamos en agosto con la publicación de la sección “Las Musas” (solo disponible en papel), donde mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de noviembre de 2021 por Sakira Ventura.

 

Ina Boyle: un legado en la oscuridad

El confinamiento en las esferas privadas de la sociedad que durante siglos han sufrido la mayoría de las mujeres, ha supuesto que la Historia de la Música no incluya figuras apasionantes del ámbito compositivo y que su obra todavía esté por descubrir. Este es el caso de la compositora irlandesa Ina Boyle (1889-1967), cuyo aislamiento en el hogar desencadenó que no hayamos podido disfrutar de su rico catálogo hasta prácticamente nuestros días.

Nacida como Selina Adelaide Philippa Boyle en Enniskerry, empezó las lecciones de música a una temprana edad junto a su hermana pequeña. Su padre construía violines y le pidió a la institutriz que les enseñara a tocar este instrumento y el violonchelo. A raíz de ahí se sucedieron los profesores particulares que, poco a poco, conducirían a Ina al mundo de la composición. Sus obras de este primer período las guardó cuidadosamente en un cuaderno negro con la etiqueta “I. Boyle. Musical Compositions. Memoranda”. La mayoría de ellas son canciones y varias presentan correcciones en tinta roja de sus maestros.

El reconocimiento público como compositora le llegó en 1913 con Elegy y The Last Invocation. Ambas fueron galardonadas en el concurso irlandés Sligo Feis Ceoil. También le concedieron la publicación de su rapsodia para orquesta The Magic Harp (1919) en el concurso The Carnegie Trust y, sin lugar a dudas, esta edición representó el triunfo en una prestigiosa competición siendo la única compositora entre todos los participantes.

No obstante, Ina quería seguir formándose, así que comenzó las clases de composición con Ralph Vaughan Williams en Londres. El trabajo más ambicioso de Boyle bajo su tutela fue su primera Sinfonía, Glencree. Su profesor también le revisó algunas melodías para himnos (de las que nacieron sus Gaelic Hymns) y el breve Violin Concerto dedicado a su madre.

En estos viajes, Ina se juntó con un grupo extraordinario de mujeres entre las que estaban Elizabeth Maconchy, Grace Williams y Anne Macnaghten. Ciertamente, entre Elizabeth y ella nació una gran amistad en la que ambas tenían muchas cosas en común, como el gusto literario y el profundo interés por la composición. Tal era la unión que Ina dejó instrucciones en su testamento para que fuera su amiga quien se encargara de todo lo relacionado con su música, ya que Maconchy era la única persona realmente familiarizada con ella.

Lamentablemente, la responsabilidad que desde pequeña había adquirido de tener que priorizar el cuidado de su familia ante todo lo demás restringió sus viajes y, con ellos, las lecciones de Vaughan Williams y las quedadas con sus colegas compositoras. Además, el comienzo de la guerra le afectó profundamente: se redujo su creatividad y su ritmo de composición fue menguando. Pese a todo, continuó enviando sus partituras a los directores con la esperanza de que estrenaran sus obras.

Establecida definitivamente en Irlanda, observó que con la guerra había resurgido el interés por la música local. La suya tuvo diversos reconocimientos: el Dr. Arthur Duff dirigió un concierto en su honor; la Radio Éireann lanzó programas con música de autores irlandeses y el primero se lo dedicó a ella y, por último, el director coreano Ahn Eak Tai dirigió dos de sus piezas en el Teatro Principal de Palma de Mallorca. Estas y otras interpretaciones fueron señal de que su música, por fin, estaba siendo apreciada.

Cuando llegó a una avanzada edad y con la salud cada vez más delicada, a Ina solo le quedaba un asunto pendiente para completar su producción: una ópera infantil. Siempre se sintió atraída por este género y en 1956 comenzó Maudlin of Paplewick. La partitura completa consta de 622 páginas de manuscrito y aparece bajo la autoría de su nombre completo, a diferencia de muchas de sus obras, firmadas como I. Boyle. La compositora asumió que la ópera nunca se representaría, pero le dio una gran satisfacción haber finalizado este proyecto.

Finalmente, en 1967 escribió una carta a Elizabeth contándole que le habían diagnosticado un cáncer terminal. El 10 de marzo, dos días después de cumplir 78 años, murió en el asilo de ancianos de Greystones.

Maconchy enumeró todas sus partituras agrupándolas en cuatro categorías: orquestal, coral, música de cámara y ópera. Esta fue la génesis de su tributo personal: Ina Boyle: An Appreciation with a Select List of her Music, que fue publicado en 1974. Además de esta biografía, también podemos consultar los trabajos de Sonya Keogh y el de Ita Beausang y Séamas de Barra.

Casi toda la música de esta compositora permanece inédita. De su catálogo solo existen dos grabaciones: una con sus principales obras orquestales y otra con una selección de canciones vocales. Su amiga Elizabeth consideraba que debido a su reclusión no hizo suficientes contactos y, por ello, su música fue poco conocida y poco interpretada. Afortunadamente, el Trinity College se encargó de digitalizar la mayoría de sus manuscritos y se pueden buscar, consultar y descargar en línea. ¿Qué impulso necesitamos, entonces, para devolver a la vida la música de esta creadora?

por Sakira Ventura *

* Musicóloga, flautista y docente. Doctoranda en la Universidad de Castilla-La Mancha. Contribuye a la recuperación y visibilización de la mujer en la música. Autora del Mapa de Creadoras de la Historia de la Música.

www.svmusicology.com

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