Continuamos con la publicación de las distintas secciones de la revista RITMO disponibles hasta ahora solo en papel, continuando con “Las Musas”, donde las mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de enero de 2020 por María Rosa Calvo-Manzano.
El arpa, ¿instrumento masculino o femenino?
Buena cuestión para resolverla una arpista y mujer. Cuando era estudiante, tenía un profesor de Filosofía en la facultad, de cuyo nombre no quiero acordarme, que solía decirme sabiendo que yo era músico y arpista: “Las mujeres solo sirven para hacer música, cocinar y coser, aunque los mejores músicos, los mejores cocineros y los mejores modistas en toda la historia han sido siempre hombres”. Creo que sin duda sería misógino. Aunque hemos tenido en España un hombre, el mejor arpista del mundo: Nicanor Zabaleta.
Que el arte no tiene sexo ni género es una realidad. Siendo la música la más abstracta de las Bellas Artes, no tiene ni debe tener género ni sexo. La abstracción del ser tiene la cualidad excepcional de que el cerebro humano sin diferencia de género, sea capaz de adaptar su sensibilidad a las necesidades estéticas y artísticas de la creatividad: hombres y mujeres son, sin perder la condición de su propio sexo, intérpretes de fuerza y temperamento magistrales, a la par de serlo de exquisitas sensibilidades de delicadeza ilimitada.
El arpa está tildada de ser un instrumento femenino. Por qué. Pues la historia podría parecer que tuviera algo que decir. El arpa, instrumento antiquísimo, aunque todavía harto desconocido, desprestigiado y desatendido, en las épocas sumeria, persa y egipcia era interpretada fundamentalmente por guerreros hombres, en las dos primeras culturas; y sacerdotes en la egipcia. Solo en prácticas lúdicas acompañando al baile, por ejemplo, vemos bajorrelieves egipcios representando figuras femeninas. La diferencia de las arpas que tañían hombres o mujeres se centraba en el tamaño. Enormemente altas las arpas de los sacerdotes, y de menor envergadura en el bastidor y con menos cuerdas las que tañían las mujeres. Representaciones sumerias de orquestas masculinas solo de arpas podemos verlas en el British Museum de Londres. Un maravilloso fresco de la tumba de la V Dinastía, Niankhkhnum y Khnumhotep (en Saqqara), muestra un grupo de músicos formado por dos “arpistas”, dos “flautistas” y dos “clarinetistas”. Varios frescos con arpas se pueden ver expuestos en el Museo del Louvre de París.
Para no hacer la historia larga. Trovadores y trovadoras hubo en la Edad Media. Las trovadoras solían ser árabes. Esta particularidad la explico con documentación precisa en varios de mis trabajos sobre este período relacionado con el arpa. Durante el Renacimiento español eran hombres los arpistas de cámara, así como los litúrgicos muchas veces eran los mismos, que alternaban su profesión entre la corte y la iglesia. En las catedrales no podían entrar las mujeres. De ahí la escuela de castrati. De igual manera que en las instituciones femeninas no podían entrar los hombres. De ahí, también, que hubiera infinidad de grandes mujeres músicos, en especial en los monasterios de clausura. Y esta práctica duró hasta bien avanzado el siglo XVIII.
En efecto, en las Catedrales, hasta que algún Cabildo prohibió el arpa en la iglesia por considerar el instrumento no afecto al espíritu religioso, por cierto, no con pocas quejas de los maestros de capilla que argumentaban que “desde que el arpa había desaparecido de la iglesia el coro no podía afinar”, los músicos que seguían tocando el arpa en la liturgia eran hombres.
Fue al amparo de una moda cortesana que imperó en Europa desde el siglo XVIII, apareciendo reinas y princesas tocando el arpa, cuando este instrumento se convierte de forma oficial en femenino. Era enormemente plástico y estético ver a las mujeres tañendo el arpa. Casi parecía como un atributo decorativo más que resaltaba de manera singular la belleza y elegancia de la mujer. Pero, curiosamente, esta moda perjudicó al instrumento. No eran grandes arpistas, profesionalmente hablando, este tipo de tañedoras. No. No lo eran. Mientras cortesanas tocaban el arpa, aparecían arpistas hombres de talla mundial que llenaban los teatros y enardecían al público con sus interpretaciones: Dizi, Bochsa, Parish Alvar, Godefroid… Todos ellos además de grandes intérpretes y profesores, eran grandísimos compositores. Hubo excepciones. Madame Genlis, aristócrata francesa, fue la encargada de las clases de arpa de las princesas de Orleans. Ella fue una gran arpista y hasta compositora, nada común en una mujer de la época y defensora acérrima de la técnica de cinco dedos para la ejecución arpística.
También hubo grandes arpistas compositoras de entre siglos, como Henriette Renié, que además de ser una grandísima arpista, era una mujer de formación musical excepcional. Debussy le encargó sus famosas Danzas para ser transcritas desde su versión original para arpa cromática a arpa convencional de pedales. Y no hizo, curiosamente, el encargo a Alphonse Hasselmans, en aquellos momentos profesor de arpa del Conservatorio de París. No, no le hizo el encargo Debussy a Hasselmans, y sí a una mujer excepcional, como era Renié. Lamentablemente, por ser mujer, en aquella época le quedó vetado ser profesora del Conservatorio parisino. Era una compositora excepcional, una conocedora de la armonía y de las formas de formación profunda. Su obra es de una envergadura técnica y de una musicalidad que asombra ver que están escritas por una mujer. Su escritura es masculina, es dramática, es enrevesada desde sus conceptos mecánicos. Admirable es su escritura musical y mucho más para una mujer y en su época.
“Qué la música y los instrumentos no tiene ni géneros ni sexo”. No. Cualquier hombre puede y debe, y está obligado a hacerlo, interpretar con espíritu femenino de delicadeza y poesía extremas obras que por necesidades expresivas requieran tal interpretación. Y al revés, cualquier mujer, por delicada, femenina y exquisitamente singular que sea, tiene y debe tocar las obras que requieran un temperamento desgarrado, apoteósico y con sonido apasionantemente potente las obras del repertorio que lo requieran.
Recuerdo a Alicia de la Rocha cómo tocaba la Suite Iberia de Albéniz, con destreza y garra impresionante. Con aquel cuerpo pequeño que tenía y una mano igualmente pequeña… ¿Cómo podría abarcar enormes distancias interválicas…? ¡Era un milagro! Pero la respuesta es que la música no tiene ni debe tener géneros ni sexos. Tampoco el arpa, aunque pueda parecer por su bellísima plasticidad estética un instrumento femenino.
María Rosa Calvo-Manzano: Decana de los catedráticos del RCSM de Madrid, el arpa en España no se entiende sin la figura de la gran maestra e intérprete madrileña, condecorada por su trayectoria por S.M. el Rey de España con el Lazo de Isabel la Católica y la Encomienda de Alfonso X el Sabio.
Foto: María Rosa Calvo-Manzano / © Fundación BBVA