Shostakovich con quince años compuso su Primera Sinfonía, fue su ejercicio de graduación en el Conservatorio de Leningrado. Estrenada en 1926, logró un éxito rotundo y en poco tiempo paso a ser incluida en el repertorio de las más importantes orquestas de Occidente. Tanta fortuna no tuvo su primera ópera, La nariz (entre el 13 y el 30 de marzo se representa en el Teatro Real) estrenada en Leningrado cuatro años después y siendo representada únicamente 14 veces. Un sector de la crítica la apaleó, no por motivos musicales sino políticos, y tuvo que esperar 30 años para ser resucitada.
En los años 1960 fue representada en Florencia, Roma, Santa Fe y Berlín. En 1974 fue rehabilitada en la Unión Soviética en una producción supervisada por el compositor muy enfermo; moriría un año después, dirigida por Boris Pokrovsky en la Ópera de Cámara de Moscú.
Shostakovich pertenecía a ese grupo de artistas como Chagall, Kandinski, Mandelstam, Ajmátova, Meyerhold y Eisenstein, que tenían el propósito, en plena efervescencia revolucionaria, de trastocar la forma de entender el arte en todas sus manifestaciones e incluso destruirle. Había surgido una filosofía proletaria, una ciencia proletaria y un arte proletario por lo que Shostakovich, adhiriéndose a esta corriente, introdujo sonido de silbatos de fábrica en su Segunda Sinfonía (1927) “A Octubre”.
En 1927, cuando en la Unión Soviética se producían grandes avances en el mundo del arte visual, de las representaciones teatrales y del cine, la ópera estaba muy rezagada. Shostakovich escogió para su primera creación para la escena un tema basado en una obra corta de Gogol, La Nariz, la absurda historia de un pequeño funcionario que se despierta por la mañana y descubre que ha perdido la nariz y las aventuras de este apéndice que ha tomado vida propia, lo que suponía un soplo de aire fresco en la escena operística soviética.
Escribir para la pantalla tuvo una gran influencia en el estilo musical de Shostakovich. Sus sinfonías son el resultado de haber compuesto para el cine. Las películas exigían un nuevo tratamiento rítmico con desplazamientos armónicos más veloces para acompañar los constantes cruces de secuencias. Estas cualidades se aprecian en muchas obras de Shostakovich, en especial en la música de La Nariz, y en su Tercera Sinfonía.
La ópera fue terminada en el verano de 1928. Una suite op. 15, compuesta por siete secciones de la misma fue interpretada con éxito en Moscú, en Noviembre de 1928, dirigida por Nikolay Malko. Cuando fue representada en Enero de 1930, resultado de una estrecha colaboración del compositor, el director de escena Nikolay Smolich, el escenógrafo Vladimir Dmitryev y el director de orquesta Samuil Samsoud, el ambiente cultural de la Unión Soviética había cambiado para peor. Ya Lenin, muy conservador en cuestiones artísticas, había mostrado su rechazo a la corriente de nihilismo cultural en boga que calificaba de “espantosa”. Situación que se agravo con la toma del poder de “otro reaccionario” contra las nuevas formas artísticas, Stalin. Los adictos al régimen comenzaron a criticar el formalismo en el arte por que deseaban un arte que fuese accesible al pueblo llano, cosa que no era La Nariz.
A Shostakovich le gustaba tanto el relato corto de la Nariz de 1836 de Gógol que podía recitar de memoria sus 24 páginas. Tres libretistas trabajaron en el texto, además del mismo compositor. Dicho texto en su mayor parte procede original, completado con líneas y hechos procedentes de otras obras de Gogol y una canción de Los Hermanos Karamazov de Dostoyevsky. La famosa historia de Gógol se resiste a ser interpretada y en eso reside en parte su fascinación.
La respuesta musical de Shostakovich a este texto procede de un arco iris de fuentes, desde la música culta hasta la popular. La Nariz tiene dos grandes fugas que están estrechamente relacionadas con el dodecafonismo del Wozzeck de Alban Berg, a cuyo estreno en Rusia había asistido Shostakovich. La rapidez y la chispa de la música recuerdan a las óperas cómicas italianas. El burócrata Kovalyov canta una parodia de un aria de bel canto y parte de la partitura suena como un Rossini deformado, o un Rossini filtrado por la Opera de Prokofiev “El amor de las tres naranjas”. Y aunque se trata de una creación que deliberadamente se mofa de las tradiciones operísticas, tiene unas profundas raíces en dicha tradición.
El episodio con una Vieja Condesa recuerda “La Dama de Picas” de Tchaikovsky; el desnarigado Kovalyov se mira en un espejo como la Mariscala en el Caballero de la Rosa de Strauss. Al mismo tiempo escuchamos alusiones a la música popular, algunas a la antigua como el galop, la polka, la marcha, el vals, y otras a las nuevas como el foxtrot. A pesar de estar situada en el siglo XIX, La Nariz es muy contemporánea, siendo probablemente la primera obra en que se hace referencia a las hemorroides: los cantantes olisquean, bostezan, estornudan y eructan, y hay un coro de anuncios clasificados en las oficinas de un periódico.
Al mismo tiempo es indudable que los pomposos burócratas de San Petersburgo en la época de Gógol se parecían a los burócratas Estalinistas de la época de Shostakovich; y no son muy diferentes a algunos de hoy en día en otros países. Los personajes a veces cantan por encima de sus respectivas tesituras, tanto en los agudos como en los graves. Como Berg en Wozzeck, o Debussy en Pelleas y Melisande, Shostakovich marca los frecuentes cambios de escena con interludios orquestales. Uno de ellos encomendado exclusivamente a la percusión, otro exclusivamente al coro.
Los 3 principales instrumentos se convierten en los principales personajes por sus frecuentes solos y sus brillantes intervenciones. Infrecuentes instrumentos como el flexatono y la balalaika contribuyen añadir color, y hay partes importantes para el piccolo y el clarinete bajo. Incluso otros que nos son familiares suenan extraños tocados en los extremos de sus tesituras. Toda esta extravagancia, sin embargo, está al servicio de la precisión del oído de Shostakovich, y lo consigue con una asombrosa economía de medios.
La orquesta es una agrupación de cámara completada con una percusión extra, Shostakovich exige 10 percusionistas. En la época del estreno, la discusión se centró en si era una ópera apropiada para obreros de una fábrica o campesinos. Los críticos más cultivados dijeron que no, pero la audiencia vio como los obreros y campesinos que asistieron a una representación especial disfrutaban con lo que se oía (aunque quizá lo que les gustaba era que aquello les permitía una interrupción de su trabajo).
La ópera fue denunciada por los ideólogos como una representación “de la infantil enfermedad del izquierdismo” o de forma ambigua como “como una granada de mano anarquista”. Seguramente este comentario Shostakovich lo hubiese considerado una alabanza. Él estaba convencido de la validez de su creación: “La Nariz es una de mis obras más acabadas”, y escribió: “El camino emprendido con La Nariz es el correcto”.
La Nariz quizá carezca de profundidad, como los dibujos animados, y su brillantez sea abrumadora para los actores y el público. Y sí, la sátira no puede ser más deslumbrante, pero uno echa de menos el calor humano de las grandes comedias operísticas de Mozart, Rossini, Donizetti, y sin lugar a duda el calor que encontramos en Gógol o en otras obras de Shostakovich. Pero es difícil pensar en otro compositor que a los 22 años haya creado una primera ópera tan bien acabada como La Nariz. Incluso Mozart tenía 24 años cuando dio a luz su primera obra maestra Idomeneo, y se trataba de su undécima ópera. Tres años después de La Nariz, Shostakovich siguió su camino hasta lograr el Olimpo con su segunda ópera Lady Macbeth de Mtsenk, que fue más furiosamente atacada que la Nariz, y a la que Stalin encontró ofensiva.
Efectivamente Lady Macbeth de Mtsenk fue el final de la carrera de Shostakovich como compositor de óperas, pero esto no le impidió seguir componiendo grandes sinfonías, canciones, música de cámara y una magistral serie de cuartetos que le convirtieron en uno de los músicos esenciales del siglo XX.
por Francisco Villalba (febrero 2023)
Foto: Montaje de La Nariz de Barrie Kosky / © ROH - Bill Cooper