Aspectos de Puccini en el centenario de su muerte *
Quiso el destino que una tarde de agosto de 1922, mientras pasaba unas vacaciones por Baviera en compañía de algunos amigos, Puccini sufriese un percance al tragarse un hueso del pato que estaba ingiriendo. El incidente no habría pasado de lo meramente anecdótico si no fuera porque, de la intervención que hubo de practicarle, se derivó el cáncer de garganta que terminaría con su vida el 29 de noviembre de 1924. Probablemente la enfermedad ya existiese, pero lo cierto es que el incidente sirvió para tomar consciencia de la trascendencia del asunto. En aquel agosto de 1922, ya hacía tiempo que había emprendido la composición de su última ópera, Turandot, que dejaría inacabada cuando le sorprendió la muerte.
No obstante, no fue hasta la primavera del citado año 1924 en que el empeoramiento de la dolencia hizo evidente la enfermedad. Tras varias visitas a diferentes especialistas en Milán o Florencia, el 4 de noviembre decide trasladarse a Bruselas, uno de los centros más avanzados de estudio de la enfermedad en aquellos momentos, aunque todavía muy precarios. El traslado a la capital belga no le impidió llevarse bajo el brazo el manuscrito de la última obra que tenía entre manos para continuar con el final del tercer acto, que parecía complicarse cada vez que intentaba una conclusión plenamente satisfactoria para la ópera.
La situación no parecía ir mal, pues la intervención que allí le practicaron permitía albergar esperanzas de mejora; no obstante, el 29 de noviembre (tal día como hoy) el corazón del de Lucca dejó de latir para no volver a hacerlo nunca más. Cuando puedan leerse estas líneas, habrá transcurrido el primer siglo tras la muerte del maestro. En la alcoba donde yacía su cuerpo pudieron encontrarse los esbozos del final de Turandot; un final al que llevaba ya mucho tiempo dándole vueltas. Posiblemente, tras el clímax creado por la muerte de Liù, se incrementaba la dificultad de la acometida, tanto de la escena de amor, como del final de la ópera. No hay que olvidar que la obra debía ser estrenada en la Scala durante la primavera de 1925.
Toscanini, gran amigo del compositor, con el fin de que la partitura quedase completada, encargó a Franco Alfano que recompusiese los borradores encontrados del autor. Finalmente, la obra se estrenó en Milán un año más tarde de lo previsto, el 25 de abril de 1926, pero en aquella ocasión Toscanini, el director del estreno, al concluir la escena de la muerte de Liù, la última página escrita por Puccini, se volvió al público y dijo: “Aquí se acaba la ópera del maestro. Estaba en esta página cuando murió”. Cuenta la crónica que al bajarse el telón alguien gritó: “¡Viva Puccini!” Omitió, por tanto, en ese estreno el final diseñado por Alfano, que sí se representó en la siguiente función del 27 de abril.
Inicios
Giacomo Puccini procede de una familia de grandes músicos. Su padre, Michele, era organista de la catedral de Lucca, considerado como una de las personalidades musicales más relevantes en la Toscana de su tiempo, además de director del Instituto Pacini. A su vez, él mismo procedía de varias generaciones de músicos, organistas y maestros de capilla, además de compositores; su abuelo (Antonio Benedetto), que vivió entre 1747 y 1832, compuso no menos de 25 óperas, además de un Requiem, y su padre (Domenico) fue alumno del mismo Paisiello. Michele Puccini también era compositor y se casó con Albina Magi, que también procedía de familia de músicos. En este ambiente, nace Giacomo el 22 de diciembre de 1858. Las primeras lecciones musicales las toma de su propio padre, quien le inicia en el órgano, hasta su prematura muerte en 1864.
La tutela musical del pequeño Giacomo pasa a su tío Fortunato Magi, quien había sucedido a su cuñado Michele en los cargos de organista y maestro de capilla. La rectitud y disciplina de su tío no casaban bien con el temperamento abierto e inquieto del niño, y pronto llegaron las desavenencias que llevaron a Magi a desistir en su tarea de instrucción del pequeño. No obstante, era evidente que el problema residía en que tío y sobrino no se entendían, pues cuando éste inicia los estudios con Carlo Angeloni, su actitud cambia por completo; entra en el Instituto Pacini, además de proseguir enseñanzas en los seminarios de San Michele y San Martino. En los coros de ambas iglesias cantó ya a los diez años con voz de soprano. Más tarde, a los catorce, tocaba el órgano para aportar ayuda a la maltrecha economía familiar, aparte de proporcionarse tabaco, pues desde niño era un fumador empedernido. A los dieciséis obtiene el primer premio como organista, y a la consola de San Paolino, iglesia que lleva el nombre del primer obispo de la ciudad, compone sus primeras piezas y melodías, quizás el germen de las que más tarde poblarán las escenas de sus óperas.
La orquesta
De la mano de Angeloni, el joven Puccini había leído las partituras de algunas óperas de Verdi. No obstante, aún no había podido asistir a ninguna representación de las mismas. El 11 de mayo de 1876 debe recordarse como una fecha clave en el devenir de la carrera del maestro. Iba a tener lugar una puesta en escena de Aida en Pisa, y Puccini no podía dejar pasar la oportunidad, dada la cercanía con Lucca. Junto a unos compañeros, recorrió a pie los veinte kilómetros que separan ambas ciudades, para presenciar en vivo la creación verdiana que había sido estrenada en El Cairo apenas cuatro años antes, y de la que se conocían todo tipo de elogios. Más adelante diría: “Cuando conocí Aida en Pisa, sentí que una ventana musical acababa de abrirse para mí”. El impacto que generó en el joven de dieciocho años fue tan decisivo que le llevó más tarde a tomar la decisión de ingresar en el Conservatorio de Milán, donde recibió clases de Amilcare Ponchielli y Bazzini.
La impresión que la ópera de Verdi produjo en Puccini, no se limita a los aspectos vocales de la partitura, sino que se extiende (aún más si cabe) a la orquestación. La observación de la obra en su conjunto transmitió al de Lucca la importancia de la construcción del tejido orquestal, además de los diferentes procedimientos a emplear. De la mano de Angeloni fue iniciado en instrumentación, contrapunto y fuga, hasta su entrada en el Conservatorio. No terminó aquel año 1876 en Lucca sin que el joven músico probase la composición de una obra orquestal: el juvenil Preludio Sinfónico, donde ya podemos apreciar algunas ideas que más tarde serían desarrolladas en otras composiciones de mayor alcurnia. Dos años más tarde vieron la luz un Motete y un Credo en honor de San Paolino. En estas obras, al igual que en la Misa de Gloria, terminada en 1880, se puede advertir, sin ningún género de dudas, la inclinación del joven compositor hacia el arte dramático. Más adelante, tanto del Kyrie como del Agnus Dei tomará material para incluir en Edgar y Manon Lescaut, respectivamente. Realmente, esta Misa es la obra de mayor enjundia compuesta por Puccini hasta esa fecha. El tratamiento vocal, sobre todo en los momentos de mayor intensidad, parece fundirse con la orquesta que, por otra parte, muestra un alto grado de sutileza tímbrica en muchos momentos.
Milán
Los primeros años en Milán son duros, pero constructivos. Accede al Conservatorio gracias a una beca de estudios otorgada por la Reina Margarita, pero la subsistencia del día a día en la ciudad se hace difícil. No obstante, por otro lado, aparte de las enseñanzas de Ponchielli (que no se limitan a lo académico, sino que se amplían mediante diálogos sobre ópera y otros temas musicales fuera de las clases), comienza a tomar contacto con algunos de los cantantes de mayor renombre de aquellos años, además de compartir estancia con Mascagni. Se puede decir que son años en los que además de formarse académicamente, también desarrolla la experiencia para una mayor comprensión de la naturaleza humana, algo que le va a servir de forma decisiva a la hora de construir los personajes de sus óperas. Más adelante conocerá a Catalani, quien le incentivará para el conocimiento de Wagner. Son años en los que toma contacto con las obras de los compositores más laureados del momento: Bizet, Thomas, Gounod… O los citados Verdi y Wagner.
Los años de estudio en Milán concluyen con la composición del Capriccio Sinfónico en 1883, que presentará como ejercicio final primero a Ponchielli, de forma fragmentaria, y después al jurado presidido por Bazzini y encargado de concederle el diploma. A todos encandila el temperamento y la originalidad de una obra que pronto obtiene su éxito al ser representada nada menos que en La Scala por Franco Faccio, el director que Verdi eligió para la dirección de Aida.
Las dos primeras óperas
Con estos incentivos, el de Lucca no podía dejar pasar mucho tiempo antes de sumergirse por primera vez en la composición de una ópera. Le Villi, con libreto de Ferdinando Fontana y basada en una narración de mismo título de Alphonse Karr, ya contiene algunos de los elementos que van a caracterizar las óperas de Puccini, como las discretas armonías que inducen nostalgia o melancolía. También los intermedios orquestales que a veces separan una escena de otra, o preludian la intervención de algún personaje, o el inicio de un acto. De ningún modo son pasajes orquestales para ser danzados, sino, por lo general, para describir el interior de un personaje determinado, o su relación con el entorno que le rodea. Indudablemente, en este punto son reconocibles tanto los dramas musicales de Wagner, como los procedimientos introducidos por el último Verdi. Pero con una diferenciación muy clara con cualquiera de los dos. Tan evidente es la confluencia en el de Lucca como que su música es tan personal como diferente de la de ambos. La obra se estrenó el 31 de mayo de 1884 en el Teatro dal Verme de Milán en su primera versión, y el 26 de diciembre de ese mismo año en Turín, la segunda. Precisamente, en esa segunda versión en dos actos incluye el intermedio.
También Edgar, su segunda ópera, experimenta dos versiones: la primera, en cuatro actos, fue estrenada en La Scala el 21 de abril de 1889; el estreno de la segunda, en tres actos, tuvo lugar en Ferrara el 28 de febrero de 1892. El compositor se sirve de todo el conocimiento adquirido en sus primeros contactos con las masas corales para construir las escenas de conjunto, que son decisivas en determinados momentos de la obra, como el final del primer acto, o el comienzo del último. La obra no fue bien acogida, tanto por el libreto de Fontana, como por el empeño del compositor de buscar el efecto en la extensión. Puccini nunca se encontró a gusto con el libreto, y eso lo demostró al componer su segunda versión, algo más sintética y clara. No obstante, la partitura contiene momentos de gran inspiración, que nos preparan para el Puccini que vendrá después, y a partir de Manon Lescaut.
El caso Butterfly
La importancia que Puccini otorgaba a la orquesta era comparable a la que imponía a la voz; se puede comprobar desde los primeros ejercicios de estudiante, hasta los acordes que acompañan los últimos suspiros de Liù. La orquesta le permitía sugerir esa interacción que el personaje debe tener entre su interior y todo lo que le rodea. Sugerir fragancias, ambientes, lugares… El colorido orquestal permite también la superposición simultánea de situaciones muy diferentes entre sí, al tiempo que permite sugerir sentimientos encontrados entre lo que el personaje “dice” y lo que piensa o siente en su interior. La recreación que hace del universo sonoro de Madama Butterfly, excede bastante lo que el público italiano que presenció su estreno en 1904 estaba capacitado para entender. Esos aromas orientales, que se funden con un sentimiento y unos valores tan alejados del temperamento mediterráneo, se encontraban lejos de poder ser asimilados por su público. Ciertamente, el estreno de la primera versión de la ópera fue el único gran fracaso experimentado por Puccini. Empleó no menos de tres años en la composición de esta ópera, durante los cuales se sucedieron las revisiones y las modificaciones del libreto. En cualquier caso, parece desmesurada la visceralidad con que reaccionó el público escandalizado de La Scala. El autor presentó una segunda versión en Brescia meses después del escándalo de Milán, en la que suprimió parte del material asignado a los familiares de Cio Cio San, así como se modificó el tema designado a la protagonista, entre otras cosas. Parece ser que así gustó más la obra, obteniendo el éxito correspondiente. Aún experimentaría otra revisión más para una puesta en escena en Londres, hasta llegar a la versión definitiva estrenada el 28 de diciembre de 1906 en París. Más adelante, Puccini volvería a restituir gran parte del material que aparecía en la primera versión de la obra. No obstante, la versión que predomina es la de París.
Con Madama Butterfly, el de Lucca avanza con pasos de gigante hacia una nueva forma de expresión que le permitirá abordar los temas más variados.
El lejano Oeste
No es la primera vez que Puccini pone los ojos en los Estados Unidos para situar la acción de una ópera. Ya lo hizo en el cuarto acto de Manon Lescaut; también en Madama Butterfly, pues, aunque no se desarrolle allí la acción, Norteamérica está muy presente por la procedencia de Pinkerton. Ahora bien, mientras que el desenlace de Manon no hace sino mimetizar magistralmente la desolación del interior de los dos jóvenes amantes con el desierto que los rodea, víctimas del egoísmo de la sociedad bien alimentada que los expulsa de su seno, y que en Butterfly nos muestra del modo más descarnado la confrontación de dos modos de entender la vida y su escala de valores completamente opuestos, en La fanciulla del West el compositor se empapa de las costumbres americanas para desarrollar su tesis. Una tesis que es ya de índole exclusivamente musical; pues aquí ya lo escénico o teatral ha pasado a formar parte de la música misma en forma de drama. No existe ya separación entre música y drama. Parece que en esta obra se llega al punto donde quería llegar el maestro desde un principio. Tan sólo volverá a emplear un lenguaje similar en las tres óperas de Il Trittico; ni en Turandot ni, por descontado, en La Rondine lo volverá a hacer; no sabemos qué hubiera pasado de concederle la vida más tiempo.
Para su estreno, el de Lucca (ya bien escarmentado de lo sucedido con su anterior ópera) elige un lugar donde la temática iba a ser bien recibida, como el Metropolitan de Nueva York. La fecha, el 10 de diciembre de 1910, tan sólo cinco años después de la primera representación en Filadelfia de la obra de David Belasco en la que está inspirada la ópera: The girl of the Golden West. Por otra parte, la acción que narra Belasco tampoco transcurre en una edad muy lejana en el tiempo, sino alrededor de medio siglo antes en California. Parece como si Puccini hubiese elegido el “nuevo mundo” para desarrollar su forma más sutil de enfrentarse a una nueva concepción del género operístico. Una mirada retrospectiva a lo que ocurrió después así nos lo parece sugerir.
* artículo publicado en la edición impresa (y pdf) de RITMO de diciembre de 2024 (número 989). Más info en www.ritmo.es/revista/sumario
Foto: Hoy 29 de noviembre de 2024 se conmemora el centenario del fallecimiento de Giacomo Puccini (en la imagen, Giacomo Puccini retratado en fecha desconocida, conservado en el Museo Villa Puccini) / © DEA - A. Dagli Orti