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Novedad libros / Cantar el infinito: música y palabra en torno al imaginario romántico

01/06/2025

La editorial Medio Tono, dedicada a la divulgación musical, presenta un nuevo título, Cantar el infinito: música y palabra en torno al imaginario romántico de la pianista y musicóloga Irene de Juan Bernabéu. Con prólogos del profesor y divulgador musical Luis Ángel de Benito y del pianista, catedrático y académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Juan Carlos Garvayo, este libro viene «a celebrar –en palabras de Garvayo–, para nuestro inmenso disfrute, la cima histórica de un parentesco fraternal en el arte y el pensamiento románticos, o, lo que es lo mismo, la rara confluencia perfecta entre significante y significado». Un título en el que, en palabras de Luis Ángel de Benito, «nos aguardan esas génesis, esas metamorfosis que transformaron el mundo […]».

Presentación y firmas

La presentación oficial del libro tendrá lugar el próximo 11 de junio a las 18.30h en la Facultad de Música y Artes Escénicas de la Universidad Alfonoso X el Sabio en Madrid. La autora conversará con la informadora de Radio Clásica, Clara Sánchez e ilustrará al piano algunos de los pasajes, obras y autores citados en el libro.

El lanzamiento de este tercer título de la editorial Medio Tono tiene previstas dos firmas de ejemplares con la autora en la 84ª Feria del Libro de Madrid, el próximo 1 de junio de 12.00h. a 14.00h en la caseta nº 67 de la Librería El Argonauta y el 10 de junio de 18.30h a 20.00h. en la caseta nº 28, de la distribuidora Maidhisa.

Ensayo

Este ensayo recorre cien años en los que la música se convirtió en un arte capaz de expresar significado y se reivindicó como un medio ideal para la (re)creación de obras literarias, poesías y modos de pensamiento. Desde un ángulo tan amplio, tan simbólico, es desde el que se analizan distintos compositores y obras a fin de desvelar la relación entre música y palabra, entre música y significado, conceptos que habitan en sus pentagramas. La selección de los protagonistas ha venido condicionada por su vínculo con la corriente de pensamiento denominada idealismo, que vertebró la filosofía germánica en la primera mitad del siglo XIX y convirtió a la música en el arte por excelencia, elevándola a la condición de filosofía para conectar con aquello más allá de lo material.

Comenta Irene de Juan que «Hoffman dijo que “la música era la más romántica de las artes” porque tenía “por objeto el infinito”. El infinito es un abstracto que recorre el libro de principio a fin, un símbolo de lo máximo y de lo imposible, límites con los que los artistas románticos se midieron y que trazan algunas de las líneas maestras de su pensamiento, sufrimiento y creación. Cada artista hizo lo que pudo con su sed de infinito y así se analizan, en el texto, algunas de las fórmulas mediante las que lo inmensurable se convirtió en música».

El objetivo es, en palabra de Irene de Juan «[…] recorrer los distintos contextos que propiciaron una nueva relación entre música y palabra, profundizar en los compositores que dieron pie a esas fórmulas novedosas y analizar distintos ejemplos musicales en los que se materializa esa relación. Quizás este último punto sea el más importante, o el más especialmente tratado porque estamos ante un libro que, además de leerse, se escucha».

Y ¿por qué Cantar el infinito? El título, elegido por la autora, se adentra en el infinitivo “cantar”, presentando al lector una cierta ambivalencia: «Cantar es la acción de hacer música con la voz y la palabra –comenta–. Pero no siempre es necesaria la voz. Uno de los giros conceptuales más bellos que trajo el Romanticismo a la música fue permitirle la posibilidad de expresar un contenido sin recurrir a la voz, sino integrado en el discurso de la música instrumental».

Objetivo y estructura

El objetivo principal por el que nace la idea de este libro es visitar y analizar los distintos contextos en los que se desarrolla una nueva relación entre música y palabra, realizando un viaje musical junto a varios de los compositores que expresaron, desde su perspectiva creativa, dicho relato. Todo ello, aderezado con la propuesta de afrontar un texto que, además de leerse, se escucha. Análisis y propuestas de audiciones, reunidas en una lista de audición, que evidentemente no solo están solo pensadas para la escucha, sino que propician estados afectivos ligados al discurrir del texto:

 «La combinación de lectura y escucha puede convertirse así en una experiencia multidisciplinar, rica en sensaciones para el lector-oyente», comenta la autora en su Punto de partida (introducción). En dicha previa, Irene de Juan Bernabéu nos introduce en lo que va a desarrollar a lo largo de ocho capítulos. «La selección del repertorio de obras comentadas se ha visto motivada por dos criterios: el primero es abarcar casi todos los géneros —preciso lo de «casi» porque faltan algunos importantes como el melodrama o el oratorio— que a lo largo del siglo vincularon música y palabra, como la ópera, el lied, el poema sinfónico, la música programática, la sinfonía y el género corales; el segundo ha sido mi propia cercanía al repertorio. Las obras de las que hablo son muy queridas y cercanas para mí –continúa la autora–. Las he trabajado en análisis radiofónicos, conferencias, vídeos divulgativos, conciertos… Para mí son tesoros que me siento especialmente feliz de poder compartir con el lector. Cada capítulo es un mundo. Tiene su propia estructura y estilo, su propia forma de revelar el contenido y de tejer lo general y lo particular, su propio ángulo desde el que mira al compositor, su época y su obra. Más que una debilidad espero que eso sea una peculiaridad, algo que promueva una experiencia diferente de lectura. El dedicado a Beethoven es muy amplio y toca muchas obras distintas y el que se centra en Schubert, sin embargo, se concibe como un paseo «dentro» de una de sus obras, el ciclo Viaje de invierno; Chopin será estudiado desde el punto de partida de su Primera balada y Schumann, desde su querencia por el escritor Jean Paul Richter. Otros como Liszt, Berlioz o Tchaikovsky ilustrarán la influencia de la literatura en la música orquestal. Wagner tendrá su espacio recalando en dos obras que proyectan el infinito en el mar: El holandés errante y Tristán e Isolda. Con Brahms se tratará la música coral que se vincula a textos procedentes de románticos idealistas como Schiller o Hölderlin. El viaje acaba en el octavo capítulo con dos compositores que mantienen la mirada idealista en un mundo que cada vez lo es menos: Gustav Mahler y Karol Szymanowski.

Todos los capítulos inciden en el análisis de los contextos de creación que propiciaron esas nuevas formas de relación entre música y palabra, siempre integrado con compositores y obras, a excepción del segundo, en el que el contexto se convierte en protagonista, pues versa sobre la relación entre música y pensamiento, revelando cómo el contexto filosófico idealista propició una nueva forma de aproximación y reflexión sobre el arte musical».

El título

Cantar es un infinitivo que define la acción de hacer música con la voz y la palabra. Pero, en palabras de Irene de Juan, «[…] no siempre es necesaria la voz. Uno de los giros conceptuales más bellos que trajo el Romanticismo a la música fue permitirle la posibilidad de expresar un contenido sin recurrir a la voz, sino integrado en el discurso de la música instrumental. Esa capacidad de «cantar sin palabras» ya se había llevado a cabo antes, pero no se había desarrollado nunca como en el siglo XIX».

¿Y el infinito…? «[…] es un abstracto, un símbolo de lo máximo y de lo imposible –comenta la autora–, límites con los que los artistas románticos se midieron y que trazan algunas de las líneas maestras de su pensamiento, sufrimiento y creación. Cada artista hizo lo que pudo con su sed de infinito y en el libro se exploran algunas de las fórmulas mediante las que lo inmensurable se convirtió en música».

Escribe de Juan Bernabéu que «este ensayo recorre casi cien años en los que la música se convirtió en un arte capaz de expresar significado y se reivindicó y utilizó como un medio ideal para la (re)creación de obras literarias, poesías y modos de pensamiento. Desde un ángulo tan amplio, tan simbólico, es desde el que se analizan distintos compositores y obras a fin de desvelar la relación entre música y palabra y entre música y significado, conceptos que habitan en sus pentagramas. El eje de coordenadas para la selección de los protagonistas ha venido condicionado por su vínculo con la corriente de pensamiento denominada idealismo y que vertebró la filosofía germánica en la primera mitad del siglo. Fue la corriente que, de acuerdo con la de pensamiento, convirtió a la música en el arte por excelencia, la elevó a la condición de filosofía y la consideró el medio más apropiado para conectar con aquello más allá de lo material y que era lo verdadero. Casi todos los compositores elegidos tuvieron estrecho contacto con ese idealismo y fundamentaron en él algunas de sus creaciones».

Beethoven en busca de la alegría

Es indudable que Ludwig Van Beethoven simboliza una de las más grandes revoluciones en el panorama de la historia de la música. Tal y como afirma la autora en su primer capítulo, dedicado al genio de Bonn y al análisis del reconocido Himno de la alegría de su Novena sinfonía, «[…] Él filtró la mezcla insólita de nobleza, desafío, genialidad e insolencia que atesoraba su personalidad para crear un estilo musical que amplió las proporciones y recursos expresivos, y redibujó el sentido de la belleza sonora, en conexión con la estética de lo sublime. Lo consiguió a través de la abrumadora expansión de la orquesta, la exploración de los límites vocales e instrumentales, la insistencia rítmica (hija de marchas triunfales y canciones de taberna), la dramaturgia del acento y del silencio, la colisión de sonidos en tensas fórmulas armónicas y, sobre todo, la plasmación en música de una forma de ver el mundo, de una subjetividad tras la que se encontraba el artista. Con Beethoven la música cambió su «forma de estar» en la sociedad, convirtiéndose en un fin en sí misma, retando al espectador, demostrando ser capaz no ya de movilizar emociones, sino también de generar ideas y pensamientos, y transformándose para el oyente en un potencial objeto intelectual además de estético».

Cuando el lector se sumerja en el texto encontrará numerosos puntos de análisis no sólo musicales, sino también biográficos, histórico-sociales, intelectuales o filosóficos que ilustran y ayudan a conocer, de una forma más pormenorizada, la personalidad del autor y su obra, que el lector-oyente irá saboreando en paralelo a la lectura. «El arquetipo de compositor-intelectual, comprometido con las ideas de su tiempo y con la expresión de estas por otros canales distintos a la música, es un fenómeno relativamente moderno que nace en tiempos de Beethoven y que tiene en él a uno de sus primeros exponentes –escribe Irene de Juan–. En adelante sería habitual que un compositor participara de manera activa en el tejido cultural de su tiempo. Berlioz, Schumann, Liszt o Wagner no fueron solo grandes compositores, sino también nutridos pensadores que participaron activamente teorizando, con más o menos rigor y consistencia, sobre el arte, la música, la cultura y la política. […] El caso de Beethoven fue diferente y abrió la puerta a un nuevo paradigma de compositor», afirma la autora.

Buscando el infinito en (con) la música y el pensamiento románticos: el lied

La búsqueda y alcance de lo infinito se convirtió, a comienzos del siglo XIX, en elemento central de todo pensamiento. El idealismo alemán con Schlegel, Fitche, Kant, Hegel…y su defensa de lo espiritual sobre lo material buscó nuevos paradigmas estéticos y humanos para conseguir dichos anhelos. Por ello, la filosofía situará a la poesía y la música como las artes necesarias y mejor posicionadas para realizar dicho cometido. Y es en este contexto que la poesía, entendida como palabra hecha arte, saludará en las primeras décadas del siglo, el nacimiento del lied, canción con texto poético en lengua alemana. «La capacidad de revelar «lo poético» se convertirá en un valor y una exigencia para la nueva música, pero no irá asociada a la música vocal creada bajo un apoyo lírico, sino a aquella que expresa lo inefable: la instrumental», escribe Irene de Juan.

Buceando en la nostalgia de (en) las teclas

Los viajes son uno de los grandes temas en la literatura universal y el Romanticismo, como no podía ser de otra forma, no pasó por alto la oportunidad de describir con ellos el Sehnsucht, es decir la melancolía y la sed de infinito que la vida parecía querer frenar en todo momento con sus obstáculos. Goethe, Heine, Novalis o Herder fueron algunos de los que reflejaron en sus textos y en sus vidas este sentimiento. El viajero, el Wanderer, inicia su recorrido en soledad adentrándose en la naturaleza, el lugar que le permite afrontar sus miedos y su destino. Bosques, mares, montañas, nieblas son testigos de este proceso y así lo reflejarán otras artes como la pintura o la música. Es el caso de Franz Schubert con los poemas de Freidrich von Schlegel y Georg Philipp Schmidt von Lübeck que musicalizó bajo el título Der Wandereer y los ciclos de poemas de La bella molinera y Winterreise, obras maestras en las que las teclas del piano recorren, desde la juventud a la desesperanza, una autopista de nostalgia, kilómetros de melancolía hacia el infinito.

Un Schubert que vive la música y la cultura en la Viena de principios del XIX, ciudad en la que la literatura y la música se consumen como alimento del espíritu. Una Viena en la que el piano es el instrumento central de los salones de las casas nobles, en las que se cultiva la lectura de poemas en familia, se interpreta la música y se canta. Es en este contexto que el lied aparece como la principal forma de arte y de entretenimiento y un género que expresa con verdadera pasión el fervor nacionalista germánico. Schubert se inserta en este panorama, dándole un giro de 180º a esta forma musical, para elevarla de música doméstica a música de arte y mostrar todas sus posibilidades melódicas, armónicas, formales y expresivas. Entre sus más de seiscientas canciones buscará el efectismo dramático de la poesía y la brillantez e intensidad en el acompañamiento del piano, dedicándole al instrumento un rol tan protagonista como el de la voz.

«El piano fue el instrumento con un impacto social más fuerte del siglo XIX. […] En términos musicales, el piano atesora una indiscutible ventaja: se basta a sí mismo. […] El piano fue idóneo para exteriorizar la intimidad del artista. Era idóneo para “lo poético”, un concepto que en esta época adquiere un estatus mayúsculo, pues según la filosofía idealista, con Hegel a la cabeza, la poesía es el culmen de la pirámide artística», comenta Irene de Juan. Y así es como Robert Schumann quiso ser antes poeta que músico, aunque finalmente se convirtió en un gran poeta del piano. Al igual que Frederick Chopin, único en su genialidad y virtuosismo, en su sentir el piano y al que muchos tildaron de revolucionario, aunque él se considerara de todo, menos un artista romántico.

Comenta la autora al respecto que Chopin “[…] Era un alma dolente, un artista incomparable, un músico que instaba a sus alumnos a buscar siempre en la música una segunda intención, un pianista inventado por sí mismo, milagroso autodidacta que poseía un estilo de sensibilidad incomparable en medio de aquellas hordas de pianistas virtuosos que gustaban de mostrar al público sus peripecias técnicas. Toda la humanidad, todo el calor que tanto le costaba expresar por medio de las palabras se lo guardaba para su música. Cuando tocaba, decía Balzac, «el canto de un alma se hacía perceptible»”.

El infinito en la orquesta

Héctor Berlioz fue un increíble orquestador, tan famoso como criticado por sus infinitos excesos tímbricos. Así lo mostró en su Sinfonía fantástica, obra de una voluptuosidad y colorido casi inimaginables.  Aunque por vocación, se puede afirmar que fue el más escritor de todos los músicos románticos, muy original en la génesis de obras como sus Memorias, la colección de relatos Les soirées de l’orchestre o en sus artículos como crítico en semanarios culturales.

Escribe Irene de Juan que… «La condición metafísica del arte como un elemento que elevara al ser humano hacia el infinito hizo que el artista se encumbrase como un medium en ese tránsito hacia lo espiritual o trascendente, una figura de mesías con la que se identificaron muchos de ellos». El artista se “hacía” por vocación y no por meras herencias o casualidades vitales. Sucedió con Berlioz o con Franz Liszt para quien la «música era un medio de reunión entre el pueblo y Dios y el artista, un sacerdote consagrado a la misión de crear una música que acudiese a uno y otro, «ennobleciendo, consolando y purificando al hombre, y bendiciendo y alabando a la divinidad».

La autora, en boca del propio Liszt, se adentra en la búsqueda del infinito por parte de la música instrumental: «[…] la música ya no pretendía ser «una mera combinación de notas, sino un lenguaje poético, más apropiado quizás que la poesía misma para expresar todo aquello que ensancha nuestro horizonte diario, todo aquello que escapa a una fría disección, moviéndose en las profundidades inaccesibles del anhelo insaciable, de infinitos presentimientos».  La música programática, los poemas sinfónicos suponían vivir una libertad creativa desconocida y alejada de cualquier forma preconcebida.  Contar el poema en forma de episodios, sin ataduras estructurales, solo por el mero hecho de contar con música algo, se iba a convertir en el mejor instrumento para expresar esa infinitud vital.

La aspiración infinita de Wagner

«Este capítulo se embarcará en el transatlántico más poderoso y de más lujo en el panorama musical del siglo XIX. El gran buque se llama ópera y el capitán que lo manda en este capítulo es Richard Wagner, uno de los más catárticos navegantes que ha habido». Así abre Irene de Juan la parte del libro dedicada a la ópera romántica.

Wagner se creyó omnipotente para llegar y atrapar el infinito. Su ambición y su ego marcaron el proceso cultural de ese momento en muchas de sus facetas y marcaron el destino de varias generaciones posteriores de músicos y artistas. Su personalidad, su vida y su música han sido motivo de cientos, de miles de páginas. Se ha escrito tanto de Wagner como de Napoléon o Jesucristo. Siempre quedará algo por analizar, por descubrir, por admirar u odiar. Pero su música siempre estará ahí, única e infinita en sí misma.

En este capítulo, la autora se adentra en el análisis de El holandés errante, una obra «en la que el mar ejerce, como en tantas otras románticas, una proyección de lo infinito y lo sublime, con el doble rasero de ser epítome de libertad y maldición», comenta la autora y que simboliza «el inicio del camino hacia el concepto de Musikdrama (drama musical), al que llegará diez años más tarde y con el que dará un giro total al concepto de ópera. La búsqueda de la unidad, la ruptura de convenciones para dar con la expresión de una realidad dramática, la construcción del «mundo sonoro» de la ópera mediante de la recreación de cantos populares, del coro como personaje colectivo fundamental y del potencial evocador de la orquesta son los ingredientes que la impulsan hacia un nuevo concepto musical».  Y de un barco a otro, Tristán e Isolda. En El holandés, el mar es el infinito romántico, la potencia salvaje, lo sublime; en Tristán e Isolda, su significado es más psicológico porque se adentra en el interior de los personajes.

Sobre la autora

Irene de Juan Bernabéu (1983). Musicóloga y pianista con una reconocida trayectoria en el ámbito de la divulgación musical, gracias a su trabajo en Radio Clásica (RTVE) y para instituciones como la Orquesta y Coro Nacionales de España, el Teatro Real, entre otras, en las que ofrece regularmente cursos de formación, conferencias y presentaciones de conciertos. Como pianista, obtiene los títulos de Grado y Máster en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, la universidad Mozarteum de Salzburgo, la universidad Codarts de Rotterdam, y la Schola Cantorum de París, especializándose en un formato de concierto comentado al público que ha llevado a cabo en numerosos escenarios y festivales de la geografía española. Es profesora del Grado en Musicología de la Universidad Alfonso X El Sabio de Madrid, autora de artículos, programas de mano y capítulos de libros sobre música y educación musical, y cofundadora de la Escuela de música Urkalia, en Las Rozas de Madrid. Su línea de investigación en torno a la música y la palabra le ha llevado a impartir numerosas conferencias, a formar parte de la International Association for Word and Music Studies.

Sobre la editorial

La editorial ½ Tono inició su andadura con un objetivo claro: dedicarse a la divulgación musical con el rigor necesario, aunque con un lenguaje natural y cercano, accesible para todo tipo de público y gustos. Y en esa idea sigue su trayectoria con este tercer libro.

La editorial distribuye y comercializa sus títulos a través de su propia web y en librerías, a través de la distribuidora Maidhisa. No se vende en plataformas como Amazon.

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