Como #lecturasdeverano, proseguimos en agosto publicando en abierto la sección #LasMusas, hasta ahora solo en papel, donde las mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de noviembre de 2023 por Raquel del Val.
Emiliana de Zubeldía
Bocetos de una tarde vasca en París
por Raquel del Val
Pianista, compositora, profesora y directora de coro, Emiliana de Zubeldía nace en 1888 en Salinas de Oro, a menos de treinta kilómetros de Pamplona, donde se traslada de niña para continuar sus estudios en la Academia Municipal de Música de la capital navarra. Sus grandes aptitudes hacen que consiga aprobar sin dificultad los exámenes libres en el Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, donde acude por primera vez en 1904. Posteriormente viaja a París y entra en contacto con las corrientes estéticas de la nueva era compositiva, y es donde comienza a forjar su personalidad como autora y docente, dado que ya era reconocida como intérprete. A partir de ahí, su fama como concertista y compositora se extiende por todo el continente americano, asentándose en México para ejercer la docencia en la Universidad de Sonora.
Este podría ser un breve apunte introductorio sobre la biografía de una mujer que llegó a ser casi centenaria y que vivió una intensa vida profesional, aún con todas las dificultades propiciadas por la mentalidad de la época decimonónica, en cuanto al reconocimiento femenino. El nombre de Emiliana de Zubeldia o Emily Bydwealth, seudónimo con el que a veces publicaba sus obras, figuraba al mismo nivel de grandes concertistas de la época.
Fue requerida como concertista cuando los programadores no podían permitirse contratar a Rubinstein o al pianista y compositor (también navarro) Joaquín Larregla, como relata El Pueblo Manchego en su publicación del 21 de febrero de 1917, porque sus cualidades como intérprete no desmerecían en comparación a otras grandes figuras. A pesar de su juventud, tenía una consolidada carrera como intérprete, especialmente valorada cuando incluía en sus repertorios a Schumann, Chopin o Liszt. Con el paso de los años, la composición y la divulgación docente se impondrían sobre la Emiliana pianista, a la vez que su valía era cada vez más reconocida en ciudades como Nueva York o La Habana y países como Brasil y México.
Lo curioso es que su capacidad de reinvención asimilando las vanguardias y las nuevas teorías musicales, no son obstáculo para la reivindicación continua de su esencia vasca o vasco navarra. Parece contradictorio que una mentalidad tan cosmopolita y evolucionada valore y divulgue como nadie la calidad y el orgullo de lo vasco, a partir del estudio del folclore genuino de su tierra. Parafraseando sus propias palabras, las canciones vascas son inigualables y ancestrales, verdadera música del pueblo que no tiene nada que ver con cierta música híbrida que tiene más de fusión cultural que de verdadera raíz pura y antigua. Admiradora de la música de otros vascos ilustres, incluía al Padre Donostia y a Usandizaga dentro de los compositores que aprovechan el folclore genuino de su tierra para crear composiciones brillantes; sin embargo, consideraba a Jesús Guridi un compositor más frívolo que, según ella, no investigaba ni trabajaba con buenos materiales y que, por tanto, no retrata con fidelidad la tierra vasca, primitiva y rústica, mostrando por contra una Vasconia almibarada y en exceso bucólica.
La reivindicación del folclore vasco y su admiración por Manuel de Falla como el primero de los músicos españoles, no impiden que conforme una personalidad compositiva moderna; su estancia en París le otorga ese enriquecimiento a base de absorber las armonías de Debussy y Ravel, y tener otros referentes por los que siente gran curiosidad, como Stravinsky, al que le atribuía una atrayente y cambiante personalidad, o compositores tan diferentes como Arnold Schoenberg y Prokofiev, y el más interesante del momento a su entender, el brasileño Heitor Villa-Lobos. En Nueva York conoce a Augusto Novarro, músico y matemático mexicano, que en su momento revoluciona el arte de los sonidos con sus nuevas teorías en busca de la afinación perfecta.
El espíritu curioso y ecléctico de Emiliana de Zubeldía se muestra en muchos títulos de las obras de su inmensa producción para piano, guitarra, arpa, música de cámara, coro, voz, orquesta e instrumento solista con orquesta. Sin embargo, hay una obra para piano que parece resumir en sí misma la esencia de su estilo: Bocetos de una tarde vasca. Escrita en 1923 durante su estancia en París, es una pequeña Suite compuesta por seis cuadros o escenas que llevan por título Hacia el bosque, Eco de la montaña, Bajo el viejo roble, La pequeña flor solitaria, Un recuerdo de Usandizaga: a la orilla del manantial y Vuelta a casa. Cada uno de estos cuadros constituyen una obra en sí mismos, pero si hay algo que caracteriza a todos ellos es el estilo personal e inequívoco de su autora, que sintetiza el tratamiento que hace de los cromatismos con la armonía basada en el uso del pentatonismo, los tonos enteros y los modos eclesiásticos y gregorianos, todo ello impregnado de la música ancestral vasca, explorando el tratamiento de los timbres del piano para conseguir que el oyente se sumerja en un mundo de sensaciones a través de una música descriptiva y sobre todo evocadora.
Cosmopolitismo y tradición dejan de ser compartimentos estancos y enfrentados para convertirse en un todo armónico bajo la pluma de Emiliana de Zubeldía.
Raquel del Val
Concertista de Piano. Titulada Superior en Piano y en Música de Cámara. Master en Investigación Musical, Licenciada en Derecho, arreglista, docente y divulgadora.
www.raqueldelval.com
Foto: “Pianista, compositora, profesora y directora de coro, Emiliana de Zubeldía nació en 1888 en Salinas de Oro, a menos de treinta kilómetros de Pamplona”.