Como espero que puedan comprobar pronto, no era fácil escribir esta crítica y creo que, honestamente, debería parecerse más a una reflexión de fondo, que al sufrido empeño de lupa y bisturí, natural en este oficio.
Porque no es fácil separar la expectación ante lo exótico o novedoso, ligado aquí a un anhelo transcultural -más en lo teatral, literario o simbólico que en lo musical propiamente dicho-, con criterios más objetivos, comunes con otros espectáculos parejos.
Tampoco me parece correcto a priori, hacer un juicio somero e indulgente del valor de una propuesta, al margen de su efecto, del encuentro/desencuentro de sus concepciones dramáticas o sus universos culturales… ni tampoco, a la inversa, ampararme en el despliegue vistoso y cromático de un vestuario ciertamente deslumbrante, o en el, siempre encomiable, entendimiento mutuo entre pueblos y culturas. Creo que mi deber es esquivar, en la medida de lo posible, estos aspectos, cualquiera que sea la obviedad o nobleza de su trascendencia.
Tras el estreno de esta misma obra, Kijote Kathakali, con música de la Compañía Margi Kathakali de Trivandrum, en el Festival de Almagro de este año, este espectáculo, realizado aquí bajo el auspicio de la Universidad Autónoma, con dramaturgia y coreografía de Dr. P. Venugopalan y dirección de Ignacio García -dirección asociada de Mónica de la Fuente-, gozó en la sala de cámara del Auditorio Nacional madrileño, de la espontánea expectación de un público interesado, que guardó cola pacientemente, hasta el último instante, antes de entrar a la sala, llenó el recinto y, a la postre, recompensó con una calurosa ovación a todos, sobre las tablas y fuera de ellas -como, por citar un ejemplo, la voz en off de José Sacristán-.
La música de tradición hindú envolvió con su magia, de cabo a rabo, una estampa, dramaturgia y coreografía destinadas a dioses y diosas… trufadas aquí con ingredientes del teatro, llamémosle así, “occidental”. Y creo que la experiencia satisfizo a todos, por muchas de las razones citadas y otras más puntuales que podríamos aducir ahora, pero que, al igual que con la naturaleza heroica de las novelas de caballerías que llevaron al lúcido desatino de nuestro protagonista -Alonso Quijano-, este, digamos que, “endiosamiento extático, místico o… parmenidiano”, no encaja bien con un personaje que basa su entidad, su universalidad, su “heroicidad grotesca” -o su “profana santidad”, si ustedes quieren verlo así en un contexto divinizado-, precisamente en la paródica humildad de su origen y definición, de su itinerante desempeño y de su común desenlace.
He de decir que motivó, que interesó y que gustó a todos, incluido al que suscribe, pero que, como muchas de las experiencias que se hacen, con mejor o peor fortuna, a veces con criterios combinatorios “bienintencionados”, haciendo converger estéticas, culturas, repertorios, intérpretes, gremios… dejan más cuestiones planteadas sin responder, que las que resuelven.
Me quedo con la sensación de entusiasmo que despertó ya desde un principio… con la interculturalidad -más que transculturalidad- y con todas las cualidades que distinguen, por separado, ambas entidades, la literaria y simbólica de nuestro Quijote, y la de la inefable música y dramaturgia hindúes… Ambas permanecieron incólumes, con cuidadoso respeto mutuo, un plástico desenlace y el cerrado aplauso consecuente.
Que se repita, pues, con otras variantes, más arriesgadas en su desarrollo y realización concretos, y, al andar y hacer camino, progresen así por la difícil senda que se abra… sin forzar.
Luis Mazorra Incera
Compañía Margi Kathakali de Trivandrum. Composición musical de la Compañía Margi. Dramaturgia y coreografía del Dr. P. Venugopalan; dirección y dramaturgia de Ignacio García; Mónica de la Fuente, directora asociada y coreografía; y José Sacristán, voz en off.
Coproducción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro y la compañía india Margi Kathakali.
Kijote Kathakali.
UAM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.