Afirmaba la gran Giulietta Simionato que una mezzosoprano no era una “media soprano” sino una cantante con voz más poderosa en los graves que las sopranos, pero capaz de resolver los agudos con la misma precisión que una soprano dramática o spinto.
En la actualidad, con el cuento de las mezzo líricas nos encontramos con cantantes que sí, son apreciables, pero para mí no pasan de sopranos cortas o mezzo desarboladas. Así que encontrarse con alguien a la que se puede calificar de mezzo sin paliativos es algo que me produce una enorme satisfacción. Y esto me ha ocurrido con Ekaterina Semenchuk en el recital que comento.
La cantante Bielorrusa se aleja de los estereotipos actuales de cantantes modelos de Vanity Fair, su presencia es rotunda y peculiar, pero su voz es sensacional, ancha en la zona media, profunda en los graves, limpia en los agudos, una mezzo “a la eslava” de las que a mí me gustan. Además, posee unas dotes histriónicas notables y supo matizar cada una de sus interpretaciones con una variedad de matices propia de las grandes intérpretes.
La cantante tuvo el acierto de hacer su presentación en este ciclo con un programa que se ajustaba como anillo al dedo a sus cualidades canoras, y que estaba integrado por obras de Rimski-Kórsakov, César Cui, Balákirev, Borodin y Mussorgski en la primera parte, para dedicar en su integridad la segunda a Tchaikovski. Algunas de ellas con textos, nada más y nada menos de Puschkin, Nekrásov, Lérmontov y Alekséi Tolstói.
En la primera parte la cantante comenzó calentando la voz con De los que sueño de Rimski- Kosakov, con la segunda, del mismo compositor, Las nubes despejan, se produjo la explosión, no puedo denominarla de otra manera, y recibimos los primeros atisbos del torrente que se desencadenaría después, en el que hubo de todo, lirismo encendido, pasión arrebatada, patetismo desgarrador con Oir los horrores de la guerra, de César Cui, el descaro de una mesonera con el Hopak de Musorgski, resuelto con un desenfado insultante.
En la segunda parte supo extraer de cada una de las maravillosas creaciones de Tchaikovski, su melancolía, su angustia, su ensoñación; esa maravillosa “Sólo quien conoce el anhelo”, interpretada con una efusividad y lirismo de primera, sin caer jamás en lo lacrimógeno o sensiblero. Para concluir con esa explosión de amor que es Reine un día, en el que arrebató al público y con razón.
Generosa sin límites, nos ofreció una serie de propinas, en esta ocasión no siempre resueltas con igual fortuna, su tonadilla de Granados fue emocionante pero su dicción española inexistente. Muy bien la bellísima Canciones que me enseñó mi madre del ciclo de Canciones gitanas de Dvorak. Después vino una, un tanto desmesurada, interpretación, de “Je suis grise” de La Périchole de Offenbach, por otra parte, francamente divertida. No podía faltar la inevitable “Habanera” de Carmen, cantada muy a la eslava, desgarrada y seductora. Finalizó con una canción rusa, con la que volvió a demostrar su domino absoluto de este repertorio.
Al piano, Semjon Skigin, fue el perfecto acompañante de la mezzo,
El público deliró por aquella voz carnosa, rica, profunda, dejándose arrastrar por aquel manantial de música y entrega.
Francisco Villalba
Ekaterina Semenchuk, mezzosoprano. Semjon Skigin, Piano.
CNDM. XXV Ciclo de Lied.
Teatro de la Zarzuela, Madrid.
(Foto de Irina Tuminene)