El compositor, musicólogo, pedagogo y Consejero Artístico del Conservatori Superior del Liceu de Barcelona, Benet Casablancas (Sabadell, 1956), publicó esta monumental obra donde analiza la representación de alguno de los topoi y tropos de la sensibilidad musical romántica, transmitiendo una idea de continuidad histórica del periodo comprendido entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XX. En un ejercicio ciclópeo y con un amplio despliegue documental glosado en las 37 páginas finales de bibliografía, delimita los procedimientos compositivos, los rasgos estilísticos, los motivos, las figuras y las categorías simbólicas patentes en diversos géneros (desde las formas libres para piano hasta la sinfonía, la ópera y la música de cámara) que determinan la esencia del Romanticismo. Una esencia, por cierto, magníficamente resumida en el capítulo final de conclusiones.
Sin ser una historia de la música se establece una especie de zoom que engarza desde un marco general al detalle de la traducción sonora, a partir de un relato densísimo, de proporciones joycianas, sustentado en largos parágrafos de gran riqueza léxica y frases muy bien construidas. La redacción se nutre de numerosos sintagmas, aposiciones, acotaciones y meritorios encadenamientos de subordinadas, con los que Casablancas tensa un arco de pensamiento donde trasluce el gusto por la escritura y vierte su pensamiento en un apasionado horror vacui conceptual, lleno de lenguaje técnico. En este horizonte razonado y aleccionador, se entrelazan datos de los capítulos y se plantea una historia evolutiva y paritaria de las convivencias, procesos, efectos e intenciones de los compositores y las obras desde el análisis formal, el aspecto narrativo y la asociación significativa o expresiva de las principales isotopías románticas como el caminante, la noche, la luna, el éxtasis, el bosque, las músicas acuáticas y la suspensión temporal entre otras. En este sentido, participa de la necesidad de una hermenéutica musical solamente planteada en los últimos años a nivel internacional, y que en el siglo XXI nos reconecta con el como (semiótica) y el que significa (semiología) del legado musical, en una búsqueda que puede parecer el punto de llegada pero, en realidad, es el punto de partida para una experiencia musical más rica.
Como el mismo Casablancas escribe, se inspira en el modelo de estudio iconográfico de Panoysky situando estos recursos en el centro de un análisis sincrónico para observar el sentido que toman los topoi como signo. Es decir, ofrece un contexto que interrelaciona la historia, la estética, la semiótica y el examen formal, confeccionando una diseminación llena de un afán de brindar un ensayo de alcance cultural que integre el resto de disciplinas y artes del momento: particularmente la poesía, la pintura y el cine. A su vez justifica una genealogía que atiende a la pluralidad de funciones del discurso musical desde una perspectiva diacrónica, donde los valores funcionales de los topoi determinan su carácter semiológico y teratológico. Por lo tanto, muestra como asumen un marco más extenso desde el estancamiento y la desviación sintáctica a finales del siglo XVIII (capítulo I), entendida como un acento que rompe la continuidad discursiva y que el autor aplica a todos los parámetros musicales (ritmo, melodía, harmonía,…), hasta los siglos XX y XXI (capítulo IV). Aquí, por ejemplo, vincula Schönberg y Scriabin -detallando su idiosincrático acorde estático, definido como una especie de megadominante harmónica- con sensacionales y lúcidas sinergias místicas; a la vez que enfoca Stravinski desde el simbolismo y el neoeslavismo. Entre medio, también rescata al poco conocido Nicolau Roslavetz y llega hasta Kaija Saariaho (única compositora incluida), sin olvidar a compositores catalanes como Lamote de Grignon, Gerhard, Montsalvatge y Toldrà.
Los capítulos segundo y tercero fundamentan el grueso de la investigación y destacan por aportaciones clave referidas a la importancia de las relaciones de tercera o mediantes, a partir del contraste entre los modos mayor y menor. Además desgrana un ingente número de obras, algunas de las cuales están sometidas a cuidadísimos análisis: las Sinfonias 99 y 104 de Haydn, el Tristán e Isolda y el Parsifal de Wagner, la Novena de Bruckner y, particularmente, un abundante corpus de lieder y canciones de Wolf, Schumann y Schubert -el más comentado-. Curiosas y agradecidas también son las líneas dedicadas a Johann Strauss II y a su hermano Josef, con la aguda observación que algunos de sus valses son parangonables a poemas sinfónicos. No obstante, el exotismo (categoría estética de lo pintoresco y el uso del modo frigio) como topos ocupa un espacio menor por considerarse ya integrado desde épocas anteriores, en lo que Panovski definió como habitus cultural.
En conjunto se trata de un ensayo ultraespecífico, torrencial y fruto del pantagruélico hambre intelectual de Casablancas, como también acreditan las cerca de mil doscientas notas a pie de página que sostienen una estructura casi bicéfala del libro: la del texto propiamente y la de dichas notas -numeradas página a página, no correlativamente-. En consecuencia, adentrarse en el libro exige un ritmo pausado que indefectiblemente se apareje a la escucha de las obras y la consulta de las partituras, para captar la sonoridad de este entramado de paisajes que cada lector puede transitar a conveniencia y con flexibilidad. Es decir, se ha de leer y estudiar. El melómano sin conocimientos musicales se sentirá más cómodo leyendo el contexto estético y las referencias interdisciplinares de este estudio innovador en lengua española que ha editado Galaxia Gutenberg con cubiertas duras, revestidas por una faja externa, un grafismo cómodo de leer y un estimable numero de ilustraciones y ejemplos de partituras. No faltan los índices indispensables para una consulta rápida, aunque, a diferencia del anterior y celebrado El humor en la música (Galaxia Gutenberg, 2004), mucho más cercano a un tratado, la estructuración en subapartados y numerosos epígrafes que indexen la cornucópica lectura de los Paisajes es menos holgada. Algo con que el autor juega para fortalecer el perfil de ensayo más libre, especialmente cuando muchos topoi convergen en una misma obra.
En resumen, después de quince años de esfuerzo intelectual, con este best-seller Casablancas volvió a dejar en evidencia la falacia de que la musicología española está en quiebra y es poco potente. Esta monografía tan completa, merecedora de proyección internacional, debería de hallarse en todas las bibliotecas, conservatorios, escuelas de música y al alcance de todo el sector musical porque, sin duda, es un instrumento de cabecera para leer y releer, para citar, para consultar y para estudiar.
Albert Ferrer Flamarich
Benet Casablancas: Paisajes del Romanticismo musical.
Soledad y desarraigo, noche y ensueño, quietud y éxtasis.
Del estancamiento clásico a la plenitud romàntica.
654 págs.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020.