Kaddisch
Comenzaba esta nueva temporada de la ROSS con un programa que pretendía aunar la música judía en América de la mano de dos compositores bien distintos: Leonard Bernstein y Samuel Zyman, mejicano éste de origen, aunque descendiente de los judíos askenazi centroeuropeos.
Sin embargo, la música de Sefarad se emparenta más con la de los judíos sefardíes (españoles) y más directamente con la música andaluza, si bien a través del legado dieciochesco de Joaquín Rodrigo. Está pensada para el lucimiento de la guitarra (amplificada además sobradamente) y que cuenta nada menos que una cadenza en cada uno de los tres movimientos. Diversos motivos melódicos debidos a Sergio Bross (presente en la sala, como Zyman) se enredan en sí mismos sin llevarnos más que a la reiterativa cadencia frigia, tan característicamente flamenca.
Siendo profesor de la Juilliard Zyman debería oír a los compañeros de jazz que mueven sus armonías por riquísimos caminos antes de llegar al mismo sitio (Chick Corea es el ejemplo de músico que estudió en la Juilliard y que lleva la música a armonías muy diversas, aunque luego recalen en el mismo sitio). El guitarrista sevillano José Mª Gallardo del Rey solventó con brillantez todas las dificultades técnicas de la obra, aportando sentimiento y calidez a su interpretación.
Pero el espectáculo nos lo trajo el judío del norteamericano (aunque de familia de ucraniana) Leonard Bernstein. Axelrod ha elegido su Sinfonía nº 3, “Kaddish”, para inaugurar brillantemente la temporada y a la vez cerrar el ciclo dedicado al centenario de su nacimiento. La versión que escuchamos es producto de su interés por el testimonio de un superviviente del Holocausto, Samuel Pisar, al que el músico le pidió un texto para la sinfonía, después de que versiones anteriores no le convencieran. Bernstein murió, pero sus hijos y Pisar lograron llegar a esta impresionante versión que, tras la muerte hace dos años de Samuel, es narrada por su esposa e hija, Judith y Leah, junto a una soprano (Kelley Nassief, que estuvo correcta vocalmente y muy entregada en cuanto al sentimiento).
Este particular Requiem, en el que el creyente pide explicaciones a Dios por “la mayor catástrofe humana de la historia”, aboga por la concordia entre las religiones y, por ende, entre los hombres, porque de lo contrario volveríamos a una situación como la que a él le tocó vivir. Es un escueto resumen, pero necesario para entender la adecuación de texto y música y de cómo Axelrod fue dibujando un variopinto fresco sonoro con un detallismo preciso, demostrando además que conoce la partitura muy a fondo, y así pudo extraer sus esencias, también en parte gracias a una orquestación muy rica, tanto como los anhelantes cambios de ritmo, texturas o melodías que se iban sucediendo. La inclusión de los difíciles coros fue tanto una genialidad como la necesidad además de representar el colectivo de hombres, mujeres y niños sometidos, y que vocalmente estuvieron todos excepcionalmente bien. Qué manera de empezar...
por Carlos Tarín Alcalá
(Foto de Guillermo Mendo)